En torno a la Visión de Bahá’u’lláh al cumplirse 200 años de su Nacimiento.
CAMBIO CLIMÁTICO Y DEVASTACION AMBIENTAL: DE LA DEBILIDAD DE LAS MEDIDAS TÉCNICAS DE KYOTO Y DE PARIS, A LA REDUCCIÓN GLOBAL DEL CONSUMO EN EL MARCO DE UN CAMBIO VALÓRICO Y CIVILIZATORIO.
La abrumadora mayoría de los científicos está hoy de acuerdo con que el Cambio Climático es una realidad en marcha. Son múltiples las evidencias de que la atmósfera se está calentando y el clima está cambiando rápidamente.
La concentración de Dióxido de Carbono en la atmósfera ha pasado de 280 Partes por Millón (PPM) de la era preindustrial a más de 400 PPM en la actualidad. Los anillos de árboles añosos lo atestiguan. Y esta mayor concentración del principal gas de invernadero lleva necesariamente al incremento de la temperatura mundial.
Sólo con esta evidencia es suficiente para aceptar el Cambio Climático como un hecho.
Sin embargo, hay muchas más evidencias. Las fotos comparativas de glaciares y hielos continentales a lo largo de las últimas décadas muestra el acelerado derretimiento de los mismos. La elevación del nivel de mares, tanto por dicho derretimiento de hielos como por dilatación del agua líquida, ya es mensurable.
Los huracanes y fenómenos atmosféricos extremos se multiplican y alcanzan latitudes antes insospechadas. En los últimos diez años se han registrado los más calurosos de toda la historia desde que se lleva registro.
Se puede hablar ya de un incremento de siete u ocho décimas de grado respecto de los niveles preindustriales; de ese total más de la mitad se ha acumulado en los últimos pocos lustros.
El acuerdo de Paris redactado en la cumbre habida en esa ciudad en Diciembre de 2015, firmado en abril de 2016 y que deberá aplicarse desde 2020 cuando finalice la vigencia del Protocolo de Kyoto, fue suscripto por 193 paises, entre ellos ratificado por los 55 paises que son responsables de al menos el 55 % de las emisiones de gases de invernadero (y del cual en el mes de Junio de este año Estados Unidos anunció su retirada), procura mantener el incremento global de temperatura por debajo de 2 grados centígrados por sobre los niveles preindustriales, y en lo posible por debajo de 1,5 grados.
Esta meta, según los gobiernos firmantes sumamente ambiciosa y desafiante, no alcanza sin embargo para ser tranquilizadora: si con 6 grados por sobre los niveles preindustriales podría esperarse nada menos que la extinción de la vida en la Tierra y con 3 o 4 grados una calamidad sin precedentes que podría reducir drásticamente la cantidad de humanos durante el presente siglo, con dos grados, más del doble del incremento que ya llevamos acumulado, será suficiente para producir graves cambios climatológicos, violentos fenómenos meteorológicos, cambio en el mapa de lluvias con inundaciones y sequías, anegamiento de áreas costeras, enorme pérdida de cultivos y reducción en la producción de alimentos, y cientos de millones de muertos y migrantes ambientales en todo el planeta.
Es que la solución de los problemas ambientales –como de cualquier otro tipo de problemas globales- no puede ser alcanzada solamente con medidas prácticas y técnicas. No importa cuán intensa sea la acción, enfocarse en el síntoma o actuar lineal y unidireccionalmente para eliminar un problema determinado ya no puede, en un mundo complejo e interdependiente conducir a una solución duradera. Será necesario operar sobre las dinámicas generativas que sostienen un modelo, manteniendo una perspectiva integradora. Ya hace más de veinte años, la Comunidad Internacional Bahá’í, en su documento “La Prosperidad de la Humanidad” señalaba: “si el desarrollo de la sociedad no encuentra propósito más allá de la simple mejora de las condiciones materiales, fracasará incluso en la consecución de estas metas”
Desde una perspectiva sistémica no bastará aplicar medidas prácticas y técnicas para mitigar o controlar el Cambio Climático, ni ningún otro problema ambiental, -medidas tales como la eficiencia energética, el reciclado o el tratamiento de efluentes tóxicos entre otros- sino que habrá que conceptualizar y abordar el problema a nivel de los principios involucrados.
La emisión de gases de invernadero, al igual que cualquier forma de contaminación, será proporcional a la población mundial (a más personas con la misma contaminación per cápita, mayor contaminación total), al consumo per cápita (a medida que este aumenta, aun cuando la población se estabilizara, la contaminación global seguirá aumentando), y también a la mayor o menor amigabilidad ambiental de las tecnologías involucradas en todo el ciclo de vida útil de los procesos de producción, distribución, consumo y desecho.
Todas las medidas gubernamentales y empresariales orientadas a la “sostenibilidad” ambiental se concentran en desarrollar “tecnologías apropiadas”, es decir, tecnologías más amigables con el ambiente, incrementando la eficiencia en los procesos productivos y de consumo.
Otro factor que se ha colocado en la agenda ambiental, es la explosión demográfica, en particular en los países llamados “del sur” –otro divisionismo estéril-, sin notar que el impacto de un solo niño que nace en el “norte” supera al de diez hijos del “sur”. Sin embargo el factor relegado, olvidado, del que no se habla, es la Reducción Global del Consumo (RGC)
Y no es de extrañar puesto que hacerlo sería socavar los intereses económicos de grandes empresas que necesitan de un alto volumen de consumo permanente. Lo decía ya en los años 80 en un correo de la UNESCO Paul Ekins: “La frugalidad es una noción subversiva”.
Bahá’u’lláh, fundador de la Comunidad Internacional Bahá’í, desde las prisiones de medio oriente a las que fue confinado por su prédica, se anticipaba en más de un siglo a este concepto, cuando afirmaba: “De llevarse al exceso, la civilización será fuente tan prolífica de males como lo es del bien cuando se mantiene dentro de las restricciones de la moderación.”
Resulta así a todas luces urgente encarar la cuestión de la RGC, y prestar atención a las corrientes decrecentistas que se escuchan desde hace más de 30 años en las voces de Serge Latouche y otros autores, con cada día mayor fuerza y evidente fundamento.
Pero, tal como lo señalé junto a Antonio Elizalde, Ezequiel Ander Egg, Miguel Grinberg y Ervin Laszlo en nuestro libro “Decrecer con Equidad: Nuevo Modelo Civilizatorio” no se trata de un decrecimiento para toda la humanidad: mientras que los cuatro quintos de menor acceso a los recursos del planeta deben en justicia aumentar su acceso a bienes y servicios fundamentales, el decrecimiento debe lograrse a expensas del quintil más rico, aquel que según las Naciones Unidas consume más de un 85 % de las riquezas.
Es tal la concentración y el despilfarro en algunas naciones y en las clases “altas” de prácticamente todas, que podría reducirse drásticamente su consumo de tal modo que continúen viviendo muy bien, permitiendo la mejora en el acceso a bienes y servicios al restante 80 % de los humanos y aun así reducir el consumo global de recursos, a la mitad…
La frecuente objeción de la pérdida de puestos de trabajo y caos económico puede revertirse, si pensamos que consumiendo menos podrá haber acceso universal a puestos laborales de una jornada laboral muy reducida –en proporción a ese menor consumo global- , y, con una justa distribución del ingreso, permitir una condición de vida suficiente para todos.
Pero, volvamos al concepto de que las soluciones no son meramente técnicas, ni como en este caso, técnico-económicas.
Es que no se trata de una indeseada restricción a nuestro supuesto ilimitado afán de lucro y riqueza –condición naturalizada en la figura del homo económicus por las teorías económicas dominantes- que apesadumbrados deberemos asumir obligados por la necesidad de supervivencia.
Se trata de un giro mucho más profundo y liberador, un cambio valórico y civilizatorio.
La meta, los verdaderos “objetivos del milenio” será centrar el propósito de la existencia humana no en el materialismo, en el “ser por el tener” denunciado por Erich Fromm, sino en aquellas cuestiones intangibles que siempre han sido y serán las más importantes: la trascendencia de la vida del espíritu, la expresión de la propia identidad cultural, la equidad social, los lazos comunitarios, familiares y afectivos, la creatividad, el servicio y el altruismo, la cooperación entre personas y pueblos, en definitiva, aquellas dimensiones intangibles que son la verdadera riqueza humana y que el sistema hegemónico a través de la presión publicitaria hacia el consumismo y el fomento del individualismo en todas sus modalidades, han mantenido adormecidas.
Se trata en definitiva de una Civilización Planetaria, una y diversa, con bases espirituales, donde lo material quede resuelto inteligente y equitativamente con poco, dejando así espacio para el resto de las ilimitadas potencialidades latentes en la conciencia humana.
Bahá’u’lláh, ese “prisionero de los turcos” al cual León Tolstoi se refirió como Aquel que poseía la llave de solución de las grandes aflicciones contemporáneas, es el portador no solo de enseñanzas espirituales que iluminan la vida personal de cada mujer y hombre, sino también de nuevos modelos sociales, institucionales y comunitarios que permitan operar la transformación hacia una era de moderación, armonía con la Naturaleza, y concordia entre los pueblos.
Para ello Él ha enseñado “La Consulta”, un proceso participativo orientado por el concepto de “Unidad en Diversidad” que en tanto expresión de la justicia en los asuntos humanos, revierte las lógicas dominantes de conflicto y competencia. Es la Consulta el espíritu y a la vez el método que abre el camino hacia comunidades vibrantes, verdaderas zonas liberadas de auténtica humanidad, que finalmente interconectadas lograrán no solo la equidad social y ambiental, sino también la plenitud de la experiencia humana.
A ella nos referiremos en la próxima entrega.